27 mar 2011

Amapola

Nadie sabe nunca cuándo le dirán algo que le cambie la vida. O que haga que le de vueltas todo. La débil importancia que se suele dar a lo que es tu mundo, a todo lo que te rodea, incluso lo que pisas con tu pies. Apenas los segundos que tardó en decirlo entero, en dejar crecer en ti un secreto de los que matan. De los que consumen. Día a día, hora a hora y segundo a segundo; atravesando piel y alma y penetrando en su mente vulnerable. La angustia de sentir que una vida puede estar yéndose calaba hondo. Despacio, muy muy lento, compitiendo con el ritmo que solía correr por sus venas. Exprimió su corazón, y qué corazón. Tan grande que sorprendida pude ver cómo las lágrimas caían por mis mejillas. La dureza de algo que se va, que se estropea como los pétalos de una amapola tan bonita como ella. Y sus hojas caducas se ennegrecían al ritmo de sus ojos verdes cuya esperanza agonizaba por momentos. El temor latía con fuerza entre sus finos dedos recorriendo los alrededores de su aura. Habría que pisar el miedo hasta verlo morir y convertirse en el polvo que se lleva el viento. Y cuando la música suene, sonreirá. Haciéndose cómplice de su propia vida, de sus propios recuerdos. Enseñando a los demás esa fuerza que tenía su corazón, uno de los corazones más grandes que el mundo había visto nunca.