19 dic 2011

(Im)posible


No sé si alguien sabe lo que es realmente tener el corazón dividido. Ella lo tenía. En ese momento se sentía partida en dos mitades. Y aunque aún se preguntaba cuál era la solución a su problema, era la primera vez que no se sentía agobiada ante la desesperación de sentir constantemente cosas tan contradictorias. Porque una de sus partes tiraba de ella hacia todo lo que siempre había vivido. Hacia las ideas preconcebidas de su existencia, a las costumbres que siempre había considerado como válidas sin pararse a pensar qué clase de luz podrían arrojarle otras personas sobre ello. A la sencillez de vivir sobre lo predecible de sí misma, y a dejar de mirarse desde tan cerca, cuando de lejos siempre la había ido bien. Pero la otra parte se mantenía firmemente entregada al conocimiento de lo desconocido. Al lento descubrimiento de la dulzura de la más terrible de las inocencias que había descubierto en una sola persona. De las preguntas sencillas que se basaban en complejos pensamientos. De las canciones que nunca pensaba que la harían llorar. Y aunque su cabeza supiera que no todo lo que se arriesga se gana, no podía aguantar. Recaía constantemente en la energía de sus sonrisas y por qué no, del sonido de su voz. Abandonaba irremediablemente cada gota de su orgullo para ceder ante el presentimiento de cualquier excusa nueva y apenas sin estrenar. Pero esta vez estaba siendo distinto. Se estaba controlando. Estaba luchando contra el reflejo que más la había costado conseguir. Luchando contra la vulnerabilidad de expresarle todo aquello que pasaba por su cabeza independientemente de las consecuencias que pudiese causar. Sintiendo que los nervios podrían jugarla malas pasadas pero mostrándose tal y como era. Quizá por primera vez en mucho tiempo. Y una vez, había reaccionando de nuevo, posicionándose en guardia con el más resistente de los escudos que acostumbraba usar. Había huido ante la rapidez de la invasión de su alma sin poder resistir la presión de las lágrimas sobre sus ojos. Pero estaba desarmada. Porque estaba ganándole la partida sin haber acordado ni siquiera empezar el juego. Y lloró porque la contradicción bailaba en ella a la vez que creía saber lo que iba a ocurrir. La unión de dos mundos coexistentes pero incompatibles. Improbables, impensables pero con la inherencia de que lo opuesto se atrae. Pero tan sólo deseaba una cosa para seguir el camino que creía empezar a ver. Poder oír cuanto antes a alguien que la dijese que absolutamente nada en este mundo es imposible.