15 sept 2011

Mundo

Suelen decir que no sabes en realidad quién eres hasta que encuentras tu lugar en el mundo. Pero el mundo es tan grande, que la abrumadora y cálida sensación de tener que buscar un tiempo y un espacio en el que encajes parece rematadamente imposible. En cambio, no lo es. No es imposible tener la maravillosa sensación de que hoy iba a ser un gran día. Y lo es. No es imposible andar por la calle y dejar, por una vez, que el viento te despeine cuando se apaga la música, porque eso, es lo de menos. Y caminar sin un rumbo definido hasta llegar al punto donde oyes las voces de quienes comparten su vida contigo. Es su tiempo. Sus dudas. Sus risas. Y aunque no hayas escuchado aún sus lágrimas caerse pesarosas sobre sus mejillas, sabes que, con ellos, es lo único que falta. Y entonces te llega. Cuando sentada oyes alrededor sus voces y te deja tonta la vibración sonora desigual de su presencia en ti. De que inevitablemente los necesitas. De que quieres tenerlos cerca, contigo, ahí justo donde están. A tu lado. Donde todos dan un dulce sentido al horror de madrugar por las mañanas y a desaparecer loca de fiesta en una noche tan larga e incluso tan oscura como el infinito. Pero merece la pena. Porque aunque no lo hayas buscado ni dentro de los cajones ni debajo de tu almohada, te surge la idea en lo más espontáneo de tu cabeza. Esas pequeñas palabras rosas que creíste no encontrar nunca. Ese sueño blanco sin estrenar que pensaste que no te pondrías nunca. Ese primer deseo pedido en la última tarta de tu cumpleaños. Esa gigantesca pompa de jabón que no pudiste explotar y que se perdió en el cielo. Ese regalo sin abrir tan difícil de encontrar y que encontraste por sorpresa en tu camino.Y no es más que lo que ellos, sin querer, queriendo, te han dado y que esperarás devolverles con millones de toneladas de abrazos, de esos que ahogan. Y sólo era una tontería, un lugar en el mundo.