Ella era una princesa dulce,
dicharachera, musical. Alegre, joven, morena en muchos momentos de su vida,
pelirroja en algún otro e incluso rubia en recuerdos de alguna que otra foto. Divertida, inocente,
risueña, cabezona, rebelde. Le gustaba más el azul que el rosa y no necesitaba
hada madrina. Su carácter estaba lejos de atender a cánones establecidos, y eso precisamente era lo que le daba un toque
tan distinguido, que sólo algunas personas podían ver en ella la sensibilidad
con la que sentía y la rapidez con la que podía entregarse a lo desconocido sin
pedir nada a cambio.
Aprendía rápido y lejos de dejarse
hundir, siempre salía a flote cada vez más fuerte. Porque era fuerte. La
tenacidad y la dureza de sus palabras escondían un corazón tan, tan grande que
sólo sería recompensa de algún caballero que de verdad la mereciese. Y hubo
quienes lo intentaron, pero al final, nadie conseguía alcanzar el perfil del
hombre de sus sueños. Aquel que consiguiera despertarla por completo y darle
millones de colores a las noches frías. Aquel que fuese capaz de contar cada
uno de sus lunares y hacerla tocar el algodón de las nubes con sólo mirar sus
ojos.
Pero el destino poco a poco se dejó
entrever en el cielo y en las estrellas. Y se cumplió. Apareció como si de
casualidad se tratase un joven apuesto, singular, sin segundas intenciones.
Alto, de naturaleza clara, humilde. Sencillo, prudente. Y se ganó su corazón. Entero;
de arriba abajo y de derecha a izquierda. Pero no sólo el suyo. Paso a paso
también se fue ganando el corazón de todos aquellos que rodeaban a la princesa y
que esperaban que aquel chico la hiciera totalmente feliz. Y acertaron.
Porque él hacía lo que nadie antes
había conseguido. Se podía apreciar cómo se iluminaban sus ojos al verle. Cómo
la hacía de rabiar con sólo pronunciar una palabra y cómo su sonrisa se
ensanchaba cuando se susurraban cosas al oído. Y pronto se convirtieron en
inseparables. Las esencias de sus almas se entretejían despacio, muy lento,
para acabar convirtiéndose en un alma sola que, a partir de entonces, crecería hacia
el infinito como si de una persona sola se tratase.
Y aunque ahora quisiera contaros el
final de la historia, no puedo hacerlo. Porque ahora que la princesa y el joven
son una sola persona, un solo corazón, sólo ellos serán capaces de sobrevivir
juntos al frío del invierno, al calor del verano, a las tormentas más sonoras e
incluso a algún devastador huracán. Y sólo ellos podrán averiguar lo que el
destino les tiene guardado porque ahora la tienen, ahora tenéis la llave que
abre vuestro futuro, vuestra vida. Y con un poco de suerte, todos nosotros
seremos testigos del final feliz del
cuento de la princesa y el apuesto joven.