28 jul 2011

Para ellos, que saben quienes son


Ella era una princesa dulce, dicharachera, musical. Alegre, joven, morena en muchos momentos de su vida, pelirroja en algún otro e incluso rubia en  recuerdos de alguna que otra foto. Divertida, inocente, risueña, cabezona, rebelde. Le gustaba más el azul que el rosa y no necesitaba hada madrina. Su carácter estaba lejos de atender a cánones establecidos,  y eso precisamente era lo que le daba un toque tan distinguido, que sólo algunas personas podían ver en ella la sensibilidad con la que sentía y la rapidez con la que podía entregarse a lo desconocido sin pedir nada a cambio.
Aprendía rápido y lejos de dejarse hundir, siempre salía a flote cada vez más fuerte. Porque era fuerte. La tenacidad y la dureza de sus palabras escondían un corazón tan, tan grande que sólo sería recompensa de algún caballero que de verdad la mereciese. Y hubo quienes lo intentaron, pero al final, nadie conseguía alcanzar el perfil del hombre de sus sueños. Aquel que consiguiera despertarla por completo y darle millones de colores a las noches frías. Aquel que fuese capaz de contar cada uno de sus lunares y hacerla tocar el algodón de las nubes con sólo mirar sus ojos.
Pero el destino poco a poco se dejó entrever en el cielo y en las estrellas. Y se cumplió. Apareció como si de casualidad se tratase un joven apuesto, singular, sin segundas intenciones. Alto, de naturaleza clara, humilde. Sencillo, prudente. Y se ganó su corazón. Entero; de arriba abajo y de derecha a izquierda. Pero no sólo el suyo. Paso a paso también se fue ganando el corazón de todos aquellos que rodeaban a la princesa y que esperaban que aquel chico la hiciera totalmente feliz. Y acertaron.
Porque él hacía lo que nadie antes había conseguido. Se podía apreciar cómo se iluminaban sus ojos al verle. Cómo la hacía de rabiar con sólo pronunciar una palabra y cómo su sonrisa se ensanchaba cuando se susurraban cosas al oído. Y pronto se convirtieron en inseparables. Las esencias de sus almas se entretejían despacio, muy lento, para acabar convirtiéndose en un alma sola que, a partir de entonces, crecería hacia el infinito como si de una persona sola se tratase.
Y aunque ahora quisiera contaros el final de la historia, no puedo hacerlo. Porque ahora que la princesa y el joven son una sola persona, un solo corazón, sólo ellos serán capaces de sobrevivir juntos al frío del invierno, al calor del verano, a las tormentas más sonoras e incluso a algún devastador huracán. Y sólo ellos podrán averiguar lo que el destino les tiene guardado porque ahora la tienen, ahora tenéis la llave que abre vuestro futuro, vuestra vida. Y con un poco de suerte, todos nosotros seremos testigos del  final feliz del cuento de la princesa y el apuesto joven.