Es lo que yo te
digo. Cuando fijas un objetivo y eres, un segundo después de planteártelo, tan
tan tan consciente de que no lo vas a conseguir, que te asustas y te escondes
en lo peor que encuentras dentro de ti. Y no sólo tienes que esperar a que un
alma que no esperas te saque del letargo que te quema tanto que casi duele,
sino que además tienes que deshacer eso que tanto deseabas; destruirlo y por
defecto disimularlo. O mejor, joderte sin más. Joderte porque realmente ni
siquiera puedes hacer nada. La rabia que te recorre ante el pensamiento de que
todo será inútil, que no habrá nunca una cosa igual que dos piezas incompatibles,
improbables; no es nada comparado con abrir los ojos y ver algo imposible de verdad. Ya no es sólo la
agridulce sensación que te provoca el conocer todo aquello que es desconocido
para ti, sino la diferencia de polaridad que se siente, se oye, se toca y te
hace vibrar sin quererlo. Y a pesar de todo, te encuentras enganchada por un
hilo invisible que en otras ocasiones bastaba romper para despertar de la
locura. Pero esta vez no y me he dado cuenta de que ni siquiera merece la pena
gastarse. El destino, o como quiera que se llame, no lo ha querido así, no
existe el azar, y no queda más remedio que pasar página, que esta vez, se quedará
en blanco. Un blanco tan luminoso y vacío como tu cuerpo cuando no le queda otra
salida que asimilarlo todo y seguir adelante. Vivir y esperar.