10 ene 2012

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Es lo que yo te digo. Cuando fijas un objetivo y eres, un segundo después de planteártelo, tan tan tan consciente de que no lo vas a conseguir, que te asustas y te escondes en lo peor que encuentras dentro de ti. Y no sólo tienes que esperar a que un alma que no esperas te saque del letargo que te quema tanto que casi duele, sino que además tienes que deshacer eso que tanto deseabas; destruirlo y por defecto disimularlo. O mejor, joderte sin más. Joderte porque realmente ni siquiera puedes hacer nada. La rabia que te recorre ante el pensamiento de que todo será inútil, que no habrá nunca una cosa igual que dos piezas incompatibles, improbables; no es nada comparado con abrir los ojos y ver  algo imposible de verdad. Ya no es sólo la agridulce sensación que te provoca el conocer todo aquello que es desconocido para ti, sino la diferencia de polaridad que se siente, se oye, se toca y te hace vibrar sin quererlo. Y a pesar de todo, te encuentras enganchada por un hilo invisible que en otras ocasiones bastaba romper para despertar de la locura. Pero esta vez no y me he dado cuenta de que ni siquiera merece la pena gastarse. El destino, o como quiera que se llame, no lo ha querido así, no existe el azar, y no queda más remedio que pasar página, que esta vez, se quedará en blanco. Un blanco tan luminoso y vacío como tu cuerpo cuando no le queda otra salida que asimilarlo todo y seguir adelante. Vivir y esperar.