22 abr 2011

Guerra

Ya era difícil sobrepasar tanto tiempo. Muchos días, demasiados sin saber qué fue de aquello que eclipsó en un momento el mundo de su alrededor. Las miradas de ambos. Cruzadas, entrelazadas, unidas en una simbiosis perfecta. Un instante. Un segundo de entendimiento mutuo. Sin explicaciones. Saber, sentir un querer que no podía, ni puede. Y morderse los labios de rabia por tener que callar y esconder lo que sus ojos vieron. Por entender que no es justo. Que esta vez sabía que se volvería a repetir. Pero era pronto. Y así como ayer hacía sol y hoy, un trueno anuncia casi el final del día, todo puede cambiar. Una semilla que crecería con la lluvia de la primavera. Y unos pensamientos que se habían anclado con sorpresa a la fuerte sensación de libertad que la rodeaba. Libertad aún, pero que poco a poco sucumbía a los encantos ocultos del recuerdo de un cuento parecido. El final estaba por llegar. Y mientras limpiaba los restos de dolor de sus armas de guerra, se convencía de que el rumbo del destino no estaba escrito en ningún lado. O por lo menos, ella no lo había visto reflejado en aquella mirada, en aquellos ojos que, inútilmente, intentaba borrar de su  memoria.