2 mar 2011

Límites


Imposible concentrarse. Ni en una cosa ni en otra. Ni en el blanco ni en el negro. Y lo intentaba por todos sus medios pero una parte de ella, ya se había rendido. Sabía que tenía muchas, prácticamente todas las posibilidades de quedarse sin lo que tanto deseaba y ante algo así, no había nada que pudiera hacer. Porque una vez más, el tiempo había decidido correr demasiado deprisa y determinar esos  hechos que sólo puedes entender cuando dejan de dolerte. El tiempo pasaba tan deprisa que se acababa. Se escurría hábilmente entre sus dedos que sólo deseaban acariciar su rostro sin dejarse ni un sólo milímetro, y llegaría el día en que no hubiera más minutos y entonces se iría. El tiempo nunca regresa, y él no sería menos. Esos eran los planes de su vida. Se marcharía. Para no volver, o al menos, no de la misma forma. Pero ella no quería verlo. No quería aceptar por qué cada vez que aparecía en su vida alguien que conseguía hacerla sentir que podía permitirse abrir su corazón, alguna fuerza se lo arrancaba de repente sin darla ni un segundo para reaccionar. Odiaba los límites del tiempo. No quería dejarse guiar por su instinto y aún así, iba a hacerlo. Porque sabía que había mucho que perder, pero no era nada comparado con lo que podía ganar. Porque de nuevo su alma era arrastrada por otra, y necesitaba complementarse con ella. Se sentía atraída por el encanto de sus ojos y su pelo castaño. Por su ropa y su forma de hablar. Por su olor. Todo él causaba una vorágine de sentimientos que recorrían sin rumbo fijo cada esquina de su cuerpo. Pero era complicado, el tiempo no corría a su favor y no quería ir deprisa. Se trataba de mucho más que un simple juego. Y como siempre, tenía que contar con el más terrible de sus miedos. El miedo a enamorarse.

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