7 mar 2011

Barreras rotas

Había bastante gente pero no se sentía agobiada. Le gustaban las luces de colores de ese sitio. La música retumbaba fuertemente en sus oídos mientras dejaba que su ser y su cuerpo volasen sin prisa a otra dimensión. Bailaba al ritmo de la música y sus pies empezaban cansarse. Sin embargo, era incapaz de liberar su mente. Estaba anclada en mantener en su cabeza lo que podía significarlo todo o nada, y estaba pensando demasiado. Sabía que ese chico la atraía simplemente con mirarla pero ni siquiera se imaginaba cuánto. No la gustaba nada sentirse atada, pero las fuerzas que ponía para impedirlo se estaban quebrando. Las cuerdas que la unían a aquel viejo trato de jamás sentirse por alguien se estaban rompiendo una a una; y a su paso, levantaban viejas heridas de guerra que escocían a pesar de haber cicatrizado hacía ya bastante tiempo. Pasaron muchas horas en las que intentó olvidarse un momento de él, pero no lo consiguió. No pudo más y, ante la desesperación que puede sentir una antigua mente enamoradiza, se rindió más enfadada que sorprendida. Había pasado mucho tiempo en el que sus intentos de evitar sentir profundamente habían resistido miles de batallas, pero ahora había llegado la guerra final y se había rendido ante la suavidad de vivir en sus ojos la llama de la curiosidad de los ojos marrones de ese chico. Toda la noche pensando en él. Desde el minuto uno, hasta volver de nuevo a casa. Y ya tumbada en la cama no encontraba explicación alguna. En realidad, sólo se le ocurría una explicación posible, pero no tenía el valor suficiente como para expresarla en voz alta. No todavía. Ahora, lo estaba asimilando. Soñar con esos ojos ya no sorprendió a su corazón tanto como permitirse descubrir que por muy raro que pareciera, ya le echaba de menos.


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