25 sept 2012

Otoño

El mundo se rompe. Parece que el otoño no sólo deja atrás al verano. Con él no sólo se va el sol. Se van las luces, los colores y se va la inocencia de un alma que siempre creí intransformable. Cuando crees en algo tan fuerte que sientes que a veces es la única certeza que puede existir en ti, nunca esperas que pueda romperse. Cuando piensas que eso, precisamente, es lo que había llegado a formar parte de tu paz interior, de tu luz; llega el frío, el cambio y la oscuridad. La oscuridad de tus miedos, de las palabras imprudentes, de los impulsos. De formular preguntas sin respuesta y de escuchar respuestas a preguntas que no te atreves ni siquiera a concebir en tu cabeza. La antítesis del blanco y del negro, del agua y el fuego, del bien y el mal. Del puzzle cuando se ha perdido una pieza. Cuando sientes que no está completo, cuando incluso a ciegas ves que lo que estaba ahí, ya no está. Y la pieza no aparece. No la encuentras. La intentas sentir; con tus cinco sentidos. La buscas, la intuyes. Casi la reconoces y en el último instante desaparece, transparente en una dimensión que no conoces. Se aleja riéndose de ti, dejándote con cara de tonta y provocándote dolor  en los ojos. Y tú, no puedes hacer más que cerrarlos con fuerza durante varios segundos y contar hasta diez, o hasta veinte, para no acabar traicionándote porque te resulta imposible no llorar de rabia e impotencia. 


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