13 feb 2011

Intuición


A pesar de que el sueño rondaba por todas las partes de su cuerpo, continuaba leyendo. Por lo menos hasta las doce. O quizá algo más. Tenía que aguantar. Sabía que merecería la pena, a pesar de que sus finos párpados se negaban a resistir abiertos un segundo más. El libro que tenía entre sus manos era interesante, aunque no tanto cómo dejarse llevar por el pensamiento que, guiado a través del recuerdo de su sonrisa perfecta, contagiaba otra sonrisa, tonta de alegría, en sus propios labios. No sé que me pasa - pensaba. Miró el reloj de la pared, que parecía parado por el propio tiempo. Las doce y cuarto. Lo comprobó con el de su móvil y se decidió, por fin. Un mensaje corto, dividido absurdamente en dos por sus pequeñas manos torpes y nerviosas pero cargado en lo más hondo de contrariedades que ni siquiera sabía que existiesen. Enviado. Aguantó algún segundo más el móvil entre sus manos y lo puso a cargar, decidiendo no volver a mirarlo hasta la mañana siguiente. Pasó toda la mañana y la comida. Ninguna respuesta. Toda la tarde y nada. Sabía que en el pueblo no había mucha cobertura pero no podía resistir mirar cada dos por tres. Incluso cambió el fondo de pantalla varias veces hasta que prácticamente se dio por vencida. De camino a casa iba escuchando música negándose a sentirse triste. Escuchó la letra atentamente fundiéndose con el ruido de la carretera y dejando a un lado sus preocupaciones. Cerró los ojos y se permitió sonreír sin pensar en nada más que las ligeras gotas de lluvia que oía débilmente caer en el cristal. Cuando llegó a casa era tarde. Cogió unas fresas y las lavó con cuidado, partiéndolas en trocitos. Las echó en un tazón y añadió leche, observando cómo el conjunto se teñía  despacio de rosa pastel. De repente, un sonido a destiempo que sólo apreciaron sus oídos salió del bolsillo de su chaqueta gris, colgada tras la puerta. Y una corazonada. Limpia, certera, inequívoca, dulce, como las fresas. Sabía que esta vez no se equivocaba. Se levantó y miró el móvil. Era él. Qué simple resultó ser lo que llevaba todo el día esperando. Pero daba igual. Se daba por satisfecha, estaba feliz. Porque su intuición, que llevaba mucho tiempo aletargada, la decía que aquello iba a salir bien, que sería una gran historia. Sabía que podía ser en cierto modo duro para ella, pero eso no la importaba. Su vida había cambiado tanto en tantas cosas que las pocas ideas claras que tenía en su mente se habían venido abajo. Sólo una nueva actitud parecía nacer de nuevo, y era suficiente. Para bien o para mal, iba a arriesgarse.


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