A
pesar de que el sueño rondaba por todas las partes de su cuerpo, continuaba
leyendo. Por lo menos hasta las doce. O quizá algo más. Tenía que aguantar.
Sabía que merecería la pena, a pesar de que sus finos párpados se negaban a
resistir abiertos un segundo más. El libro que tenía entre sus manos era
interesante, aunque no tanto cómo dejarse llevar por el pensamiento que, guiado
a través del recuerdo de su sonrisa perfecta, contagiaba otra sonrisa, tonta de
alegría, en sus propios labios. No sé que me pasa - pensaba. Miró el reloj de
la pared, que parecía parado por el propio tiempo. Las doce y cuarto. Lo
comprobó con el de su móvil y se decidió, por fin. Un mensaje corto, dividido
absurdamente en dos por sus pequeñas manos torpes y nerviosas pero cargado en
lo más hondo de contrariedades que ni siquiera sabía que existiesen. Enviado.
Aguantó algún segundo más el móvil entre sus manos y lo puso a cargar,
decidiendo no volver a mirarlo hasta la mañana siguiente. Pasó toda la mañana y
la comida. Ninguna respuesta. Toda la tarde y nada. Sabía que en el pueblo no
había mucha cobertura pero no podía resistir mirar cada dos por tres. Incluso cambió
el fondo de pantalla varias veces hasta que prácticamente se dio por vencida.
De camino a casa iba escuchando música negándose a sentirse triste. Escuchó la
letra atentamente fundiéndose con el ruido de la carretera y dejando a un lado
sus preocupaciones. Cerró los ojos y se permitió sonreír sin pensar en nada más
que las ligeras gotas de lluvia que oía débilmente caer en el cristal. Cuando
llegó a casa era tarde. Cogió unas fresas y las lavó con cuidado, partiéndolas
en trocitos. Las echó en un tazón y añadió leche, observando cómo el conjunto
se teñía despacio de rosa pastel. De repente, un sonido a destiempo que
sólo apreciaron sus oídos salió del bolsillo de su chaqueta gris, colgada tras
la puerta. Y una corazonada. Limpia, certera, inequívoca, dulce, como las
fresas. Sabía que esta vez no se equivocaba. Se levantó y miró el móvil. Era
él. Qué simple resultó ser lo que llevaba todo el día esperando. Pero daba
igual. Se daba por satisfecha, estaba feliz. Porque su intuición, que llevaba
mucho tiempo aletargada, la decía que aquello iba a salir bien, que sería una
gran historia. Sabía que podía ser en cierto modo duro para ella, pero eso no
la importaba. Su vida había cambiado tanto en tantas cosas que las pocas ideas
claras que tenía en su mente se habían venido abajo. Sólo una nueva actitud
parecía nacer de nuevo, y era suficiente. Para bien o para mal, iba a
arriesgarse.
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